Ella nunca llegaba tarde. Nunca. Y justo el día de la demo, Hanna llegaría tarde al trabajo. Cuando se acercaba a calle Padilla, vio algo en medio de la vía. Al cruzar se dio cuenta de que lo que había visto a lo lejos era una paloma atontada.
Ya voy tarde, que más da. Hanna miró a su alrededor y no encontró nada con lo que mover a la pobre ave. El semáforo comenzaba a titilar y sin pensarlo cogió al ave con las manos y corrió justo antes de que la luz cambiara a rojo. Una mujer, que pasaba por ahí, la miró con asco y desaprobación; mientras que Hanna colocaba a la paloma al lado de un árbol.
Cual fue su sorpresa que al alejarse esta creció y creció hasta medir más de dos metros de alto. Hanna la miraba atónita. La paloma le habló con tranquilidad:
-Gracias por ayudarme. Sé que vas tarde, te llevo.
Faltaban quince minutos para la reunión y Hanna esperaba tranquilamente tomándose un café en la terraza. La paloma la miraba desde un árbol.
La Paloma
